14, 1—15, 47
Buscaban la manera de arrestar a Jesús con
astucia, para darle muerte
C.
Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de
los panes Acimos. Los sumos sacerdotes y los
escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús
con astucia, para darle muerte. Porque decían:
S.
«No lo hagamos durante la fiesta, para que no se
produzca un tumulto en el pueblo.»
Ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura
C.
Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa
de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco
lleno de un valioso perfume de nardo puro, y
rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la
cabeza de Jesús. Entonces algunos de los que
estaban allí se indignaron y comentaban entre sí:
S. «¿Para qué este derroche de perfume? Se hubiera
podido vender por más de trescientos denarios para
repartir el dinero entre los pobres.»
C.
Y la criticaban. Pero Jesús dijo:
X
«Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena
obra conmigo. A los pobres los tendrán siempre con
ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran,
pero a mí no me tendrán siempre. Ella hizo lo que
podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la
sepultura. Les aseguro que allí donde se proclame
la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará
también en su memoria lo que ella hizo.»
Prometieron a Judas Iscariote darle dinero
C.
Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los
sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al
oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle
dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para
entregarlo.
¿Dónde está mi sala,
en la que voy a comer el cordero pascual con mis
discípulos?
C.
El primer día de la fiesta de los panes Acimos,
cuando se inmolaba la víctima pascual, los
discípulos dijeron a Jesús:
S.
«¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida
pascual?»
C.
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:
X
«Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un
hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y
díganle al dueño de la casa donde entre: El
Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy
a comer el cordero pascual con mis discípulos?" El
les mostrará en el piso alto una pieza grande,
arreglada con almohadones y ya dispuesta;
prepárennos allí lo necesario.»
C.
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad,
encontraron todo como Jesús les había dicho y
prepararon la Pascua.
Uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo
C.
Al atardecer, Jesús llegó con los Doce. Y mientras
estaban comiendo, dijo:
X
«Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno
que come conmigo.»
C.
Ellos se entristecieron y comenzaron a
preguntarle, uno tras otro:
S.
«¿Seré yo?»
C.
El les respondió:
X
«Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma
fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está
escrito de él, pero íay de aquel por quien el Hijo
del hombre será entregado: más le valdría no haber
nacido!»
Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre, la sangre de
la alianza
C.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo:
X
«Tomen, esto es mi Cuerpo.»
C.
Después tomó una copa, dio gracias y se la
entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo:
a
«Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que
se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé
más del fruto de la vid hasta el día en que beba
el vino nuevo en el Reino de Dios.»
Antes que cante el gallo por segunda vez, me
habrás negado tres veces
C.
Después
del canto de los Salmos, salieron hacia el monte
de los Olivos. Y Jesús les dijo:
X
«Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice
la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán
las ovejas. Pero después que yo resucite, iré
antes que ustedes a Galilea.»
C.
Pedro le dijo:
S.
«Aunque todos se escandalicen, yo no me
escandalizaré.»
C.
Jesús le respondió:
X
«Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que
cante el gallo por segunda vez, me habrás negado
tres veces.»
C.
Pero él insistía:
S.
«Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré.»
C.
Y todos decían lo mismo.
Comenzó a sentir temor y a angustiarse
C.
Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y
Jesús dijo a sus discípulos:
X
«Quédense aquí, mientras yo voy a orar.»
C.
Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y
comenzó a sentir temor y a angustiarse. Entonces
les dijo:
X
«Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense
aquí velando.»
C.
Y adelantándose un poco, se postró en tierra y
rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar
por esa hora. Y decía:
X
«Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este
cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la
tuya.»
C.
Después volvió y encontró a sus discípulos
dormidos. Y Jesús dijo a Pedro:
a
«Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte
despierto ni siquiera una hora? Permanezcan
despiertos y oren para no caer en la tentación,
porque el espíritu está dispuesto, pero la carne
es débil.»
C.
Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las
mismas palabras. Al regresar, los encontró otra
vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de
sueño, y no sabían qué responderle. Volvió por
tercera vez y les dijo:
X
«Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó.
Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a
ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a
entregar.»
Deténganlo y llévenlo bien custodiado
C.
Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó
Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con
espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes,
los escribas y los ancianos. El traidor les había
dado esta señal: S. «Es aquel a quien voy a besar.
Deténganlo y llévenlo bien custodiado.»
C.
Apenas llegó, se le acercó y le dijo:
S.
«Maestro.»
C.
Y lo besó. Los otros se abalanzaron sobre él y lo
arrestaron. Uno de los que estaban allí sacó la
espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote,
cortándole la oreja. Jesús les dijo:
X
«Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme
con espadas y palos. Todos los días estaba entre
ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron.
Pero esto sucede para que se cumplan las
Escrituras.»
C.
Entonces todos lo abandonaron y huyeron. Lo seguía
un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo
sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó
desnudo.
¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?
C.
Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se
reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos
y los escribas. Pedro lo había seguido de lejos
hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y
estaba sentado con los servidores, calentándose
junto al fuego. Los sumos sacerdotes y todo el
Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para
poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban.
Porque se presentaron muchos con falsas
acusaciones contra él, pero sus testimonios no
concordaban. Algunos declaraban falsamente contra
Jesús:
S.
«Nosotros lo hemos oído decir: "Yo destruiré este
Templo hecho por la mano del hombre, y en tres
días volveré a construir otro que no será hecho
por la mano del hombre."»
C.
Pero tampoco en esto concordaban sus
declaraciones. El Sumo Sacerdote, poniéndose de
pie ante la asamblea, interrogó a Jesús:
S.
«¿No respondes nada a lo que estos atestiguan
contra ti?»
C.
El permanecía en silencio y no respondía nada. El
Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente:
S.
«¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito?»
C.
Jesús respondió:
X
«Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre
sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir
entre las nubes del cielo.»
C.
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y
exclamó:
S.
«¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes
acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?»
C.
Y todos sentenciaron que merecía la muerte.
Después algunos comenzaron a escupirlo y,
tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le
decían:
S.
«¡Profetiza!»
C.
Y también los servidores le daban bofetadas.
Se puso a maldecir
y a jurar que no conocía a ese hombre del que
estaban hablando
C.
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó
una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver
a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le
dijo:
S.
«Tú también estabas con Jesús, el Nazareno.»
C.
El lo negó, diciendo:
S.
«No sé nada; no entiendo de qué estás hablando.»
C.
Luego salió al vestíbulo. La sirvienta, al verlo,
volvió a decir a los presentes:
S.
«Este es uno de ellos.»
C.
Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los
que estaban allí dijeron a Pedro:
S.
«Seguro que eres uno de ellos, porque tú también
eres galileo.»
C.
Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no
conocía a ese hombre del que estaban hablando. En
seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro
recordó las palabras que Jesús le había dicho:
«Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me
habrás negado tres veces.» Y se puso a llorar.
¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los
judíos?
C.
En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se
reunieron en Consejo con los ancianos, los
escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a
Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Este
lo interrogó:
S.
«¿Tú eres el rey de los judíos?»
C.
Jesús le respondió:
X
«Tú lo dices.»
C.
Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones
contra él. Pilato lo interrogó nuevamente:
S.
«¿No respondes nada? íMira de todo lo que te
acusan!»
C.
Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó
muy admirado a Pilato. En cada Fiesta, Pilato
ponía en libertad a un preso, a elección del
pueblo. Había en la cárcel uno llamado Barrabás,
arrestado con otros revoltosos que habían cometido
un homicidio durante la sedición. La multitud
subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado.
Pilato les dijo:
S.
«¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los
judíos?»
C.
El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo
habían entregado por envidia. Pero los sumos
sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la
libertad de Barrabás. Pilato continuó diciendo:
S.
«¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes
llaman rey de los judíos?»
C.
Ellos gritaron de nuevo:
S.
«¡Crucifícalo!»
C.
Pilato les dijo:
S.
«¿Qué mal ha hecho?»
C.
Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
S.
«¡Crucifícalo!»
C.
Pilato, para contentar a la multitud, les puso en
libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo
hecho azotar, lo entregó para que fuera
crucificado.
Hicieron una corona de espinas y se la colocaron
C.
Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al
pretorio, y convocaron a toda la guardia. Lo
vistieron con un manto de púrpura, hicieron una
corona de espinas y se la colocaron. Y comenzaron
a saludarlo:
S.
«¡Salud, rey de los judíos!»
C.
Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían
y, doblando la rodilla, le rendían homenaje.
Después de haberse burlado de él, le quitaron el
manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus
vestiduras. Luego lo hicieron salir para
crucificarlo.
Condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota y lo
crucificaron
C.
Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de
Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo
obligaron a llevar la cruz de Jesús. Y condujeron
a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa:
«lugar del Cráneo.»
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no
lo tomó. Después lo crucificaron. Los soldados se
repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver
qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana
cuando lo crucificaron. La inscripción que
indicaba la causa de su condena decía: «El rey de
los judíos.» Con él crucificaron a dos ladrones,
uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo
C.
Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y
decían:
S.
«¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días
lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja
de la cruz!»
C.
De la misma manera, los sumos sacerdotes y los
escribas se burlaban y decían entre sí:
S.
«¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí
mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje
ahora de la cruz, para que veamos y creamos!»
C.
También lo insultaban los que habían sido
crucificados con él.
Jesús, dando un gran grito expiró
C.
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las
tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en
alta voz:
X
«Eloi, Eloi, lamá sabactani.»
C.
Que significa:
X
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C.
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo,
dijeron:
S.
«Está llamando a Elías.»
C.
Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y,
poniéndola en la punta de una caña le dio de
beber, diciendo:
S.
«Vamos a ver si Elías viene a bajarlo.»
C.
Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.
Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve
silencio de adoración.
C.
El
velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Al verlo expirar así, el centurión que estaba
frente a él, exclamó:
S.
«¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!»
C.
Había también allí algunas mujeres que miraban de
lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María,
la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé,
que seguían a Jesús y lo habían servido cuando
estaba en Galilea; y muchas otras que habían
subido con él a Jerusalén.
José hizo rodar una piedra a la entrada del
sepulcro
C.
Era día de Preparación, es decir, vísperas de
sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea
-miembro notable del Sanedrín, que también
esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de
presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de
Jesús.
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo
llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho
que había muerto.
Informado por el centurión, entregó el cadáver a
José. Este compró una sábana, bajó el cuerpo de
Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un
sepulcro cavado en la roca. Después hizo rodar una
piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, miraban
dónde lo habían puesto.
Palabra del Señor.
Reflexión
“DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR”
Después de estos cuarenta días en los que nos
hemos ido preparando interiormente para la Pascua,
la fiesta de hoy nos abre la puerta a las
celebraciones centrales del misterio de nuestra
fe. Hoy vemos a Jesús que entra triunfante en
Jerusalén, acompañado por sus discípulos y
aclamado por todo el pueblo como rey y como
Mesías. Pero la fiesta y la alegría de hoy pronto
se convertirán en entrega, en pasión, en dolor.
Jesús entra en Jerusalén para dar su vida en la
cruz. Por eso, el carácter de esta fiesta es
doble: la alegría de recibir a Jesús como Mesías,
pero también la pasión y el sufrimiento de la
cruz. Por eso, nuestra celebración de hoy lleva
por nombre ""Domingo de Ramos en la Pasión del
Señor", y el mismo color rojo de las vestiduras
del sacerdote en esta fiesta nos recuerdan la
sangre de la cruz.
1.
Jesús aclamado como Mesías.
Con la procesión de las palmas hemos rememorado la
entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. La ciudad
entera abre sus puertas a Cristo que entra, los
discípulos, entusiasmados, gritan a una voz
“Bendito el que viene como rey, en nombre del
Señor”. Jesús es aclamado como rey y como Mesías.
Reconocer a Cristo como rey significa aceptarlo
como aquél que nos guía en nuestro camino, como
aquél a quien debemos escuchar y al que seguimos.
Reconocer a Cristo como Mesías es aceptarlo como
nuestro salvador, siendo conscientes de que no
podemos hacer nada sin Él, que nuestra salvación
viene de Él. Por eso, la celebración de hoy tiene
un primer carácter festivo, de alegría. Como los
habitantes de Jerusalén abrieron las puertas de su
ciudad para acoger al Mesías, también nosotros hoy
queremos abrir las puertas de nuestra vida para
que entre en ella Cristo, el que viene en nombre
del Señor, nuestro rey y Mesías. Comenzamos pues
la Semana Santa con gozo, haciendo fiesta, pues
Cristo viene a nosotros.
2.
Un Mesías pobre.
Al contemplar hoy a Cristo que entra en Jerusalén
montado en un asno, pobremente, reconocemos a Dios
que quiere entrar también en nuestra vida de forma
sencilla. Jesús triunfante, al entrar en la ciudad
santa, no entró de forma portentosa, sin pompa ni
lujos. Jesús no entró en Jerusalén montado en
carroza, con un séquito que le acompañase, sino
que entró humildemente. La entrada triunfal de
Jesús en Jerusalén es sencilla, como le gusta
hacer las cosas a Dios. Un asno que ni siquiera es
suyo, sino que ha tenido que pedir prestado, como
hemos escuchado en el pasaje del Evangelio que se
ha proclamado al comenzar la procesión. Nos
recuerda al pasaje del profeta Zacarías: “¡Salta
de gozo, Sión; alégrate, Jerusalén! Mira que viene
tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un
borrico, en un pollino de asna” (Zac 9, 9). Dios
no viene a nosotros con boatos, no sale a nuestro
encuentro con lujos ni parafernalias. Dios
siempre aparece en nuestras vidas con sencillez,
pobremente. Es difícil reconocer a Dios en un
hombre sencillo y montado en un borrico. Los
discípulos y los habitantes de Jerusalén lo
reconocieron. Nosotros, si vivimos pendientes de
las riquezas y de la abundancia, difícilmente lo
reconoceremos. Abramos pues nuestros corazones a
Dios que viene sencillo, pobremente. Que Él entre
en nosotros y encuentre un corazón sencillo,
dispuesto a acogerle con júbilo. ¡Bendito el que
viene en nombre del Señor!
3.
Un Mesías
sufriente. Pero
la fiesta de hoy, como decíamos al principio,
tiene un carácter no sólo festivo, sino también de
pasión. Cristo entra en Jerusalén para subirse al
madero de la cruz y dar su vida por nosotros. Por
eso, la liturgia de hoy nos recuerda que ser
Mesías es dar la vida, entregarse por nosotros,
por amor a nosotros. En las lecturas de la Misa de
hoy escuchamos diversos textos que nos recuerdan
qué significa ser Mesías. La primera lectura, en
la que escuchamos el tercer cántico del Siervo de
Yahvé del profeta Isaías, nos presenta a un Mesías
sufriente, a quien el Señor abre el oído para
escuchar y le da una palabra de aliento para el
abatido, pero que también ofrece la espalda y las
mejillas a quienes le maltratan, que no se esconde
ante los ultrajes, pues tiene su confianza puesta
en el Señor. El salmo 21 recoge el sufrimiento de
quien se siente abandonado, maltratado, pero que a
pesar de ello mantiene su confianza en el Señor,
su fuerza. Este salmo lo pone el evangelista en
labios de Jesús en el momento de la cruz “Dios
mío, Dios mío, ¡por qué me has abandonado?” La
segunda lectura, en la que encontramos el
impresionante himno cristológico de la carta de
Pablo a los filipenses, nos presenta a un Cristo
obediente, despojado de todo, rebajado hasta
someterse a una muerte en cruz. Y finalmente en
largo relato del Evangelio de hoy, según san
Lucas, podemos contemplar la pasión y muerte del
Señor. Cristo, que hoy entra triunfante en
Jerusalén, es el Mesías sufriente, que muere por
amor, que da la vida por nosotros. Éste es el
verdadero sentido de la Semana Santa que hoy
empezamos: celebrar y vivir el amor de Dios
manifestado en la entrega incondicional de Cristo
en la Cruz.
Al celebrar hoy esta fiesta del Domingo de Ramos, abramos con
gozo las puertas de nuestro corazón a Cristo, el
Mesías, que viene a nosotros como en aquel día
entró en Jerusalén. Él viene sencillo, pacífico,
pobre. Desea mostrarnos el amor de Dios, y lo hace
con su muerte en la cruz, con la entrega de su
vida. Que las enseñanzas de su pasión nos sirvan
de testimonio, como hemos rezado en la oración
colecta de hoy. Pongamos a Cristo en el centro de
nuestra vida y caminemos así hasta la Pascua de la
Resurrección.
Francisco Javier Colomina Campos
www.betania.es
EN ESTE DOMINGO ESTÁ RESUMIDA LA VIDA PÚBLICA DE
JESÚS
1.-
¡Bendito el que
viene como rey, en nombre del Señor!
Sí, Cristo conoció momentos de triunfo y momentos
de pasión. La liturgia del domingo de ramos nos
describe estos momentos de triunfo y los momentos
de pasión con una viveza y una plasticidad
asombrosa. Comenzamos la ceremonia con la
bendición y la procesión de los ramos: es el
momento del triunfo. Quizá el pueblo fiel ha
identificado siempre la fiesta del domingo de
ramos con la procesión: a la fiesta del domingo de
ramos se iba preparado, sobre todo, para ver y
participar en la procesión que había antes de la
misa. Para eso la gente se vestía con el mejor
traje, o con la mejor falda, blusa o abrigo que
encontraran en el armario. ¡Quien no estrena en
ramos, o es manco, o no tiene manos!, decía la
gente sencilla. Para ellos, la fiesta del domingo
de ramos era la fiesta de la procesión de ramos. Y
sabían, quizá de una manera imprecisa y no muy
teológica, que eso lo hacían para honrar al Señor,
para acompañarle en su entrada triunfal en
Jerusalén. Ellos, todos, estaban de parte del
Señor, le aclamaban como a su verdadero rey y
Señor. Los demás reyes y señores de la tierra eran
nada comparados con la grandeza del Rey y Señor de
los señores, con Cristo Jesús. Yo no sé lo que
sentiría Cristo cuando, montado en un pollino,
entró triunfalmente en Jerusalén, aclamado con
gritos y cánticos por el pueblo sencillo y viendo
el camino alfombrado con los mantos de la gente.
Pero indudablemente debió sentirse agradecido a la
piedad sincera de aquella gente sencilla. Por eso,
cuando algunos fariseos le dicen que reprenda a
sus discípulos, Jesús les replica: os digo que, si
estos callan, gritarán las piedras. Aclamemos hoy
nosotros, desde los pliegos más sencillos e
íntimos de nuestra alma, a quien vino a la tierra
para salvarnos y liberarnos de tanta miseria y de
tanto mal como nos circunda. Dejemos que Cristo
sea, en este momento, el rey y señor que
transforme nuestros corazones.
2.-
No oculté el
rostro a insultos y salivazos.
Es el momento del sufrimiento y de la pasión.
Muchos momentos de la vida de Cristo fueron
momentos de pasión. Jesús no buscó el sufrimiento
porque le gustara sufrir; Jesús aceptó el
sufrimiento porque para ser fiel a la voluntad de
su Padre Dios tuvo que hacer muchas cosas que le
causaron un gran sufrimiento. No ocultó el rostro
a insultos y salivazos, no se acobardó ante el
sufrimiento que le suponía su lucha constante
contra el mal, su denuncia diaria de la ambición,
de la hipocresía y de la maldad de muchos jefes
políticos y religiosos de su tiempo. Por eso, en
la liturgia de este domingo de ramos leemos
también el relato de la pasión y muerte de Cristo,
para que no olvidemos que en la vida de Cristo,
junto a los momentos de triunfo hubo también
momentos de pasión. Como la vida de cualquier
cristiano que quiera ser fiel a la voluntad de
nuestro Padre Dios; hemos de saber aceptar en
nuestra vida los momentos de triunfo y los
momentos de pasión con igual entereza y con amor.
Participemos hoy con alegría en la procesión de
los ramos y unámonos espiritualmente, en la
lectura de la pasión, al Cristo que, por amor,
aceptó valientemente el sufrimiento, sin ocultar
su rostro a insultos y salivazos.
Gabriel González del Estal
www.betania.es
LA CRUZ NOS LIBERA
1.-
Jesús dio
libremente su vida.
El himno cristológico de la carta a los Filipenses
refleja la entrega de Jesús, hasta vaciarse por
nosotros. Este despojo lleva un nombre técnico en
teología: es la "kenosis" de Cristo. Kenosis viene
del griego "kenos", que significa precisamente
"vacío". Se concretizó en una obediencia total a
su misión, que era la voluntad del Padre. Y no
sólo aceptó esta obediencia, sino que escogió
también el vivirla hasta el final, "hasta la
muerte y la muerte en la cruz", esta muerte que
era reservada a los malhechores o a los esclavos.
En este sentido, Jesús dio libremente su vida.
2.-
Jesús sigue
muriendo hoy día...
El anonadamiento de Cristo es la puerta que
conduce la glorificación. Por la cruz se llega a
la luz. El centurión desvela todo el enigma que
Marcos ha mantenido en secreto durante todo su
evangelio. Sólo en la cruz se desvela el misterio.
Ese Jesús crucificado es "verdaderamente el Hijo
de Dios", es el Cristo, Mesías Ungido y esperado
por el pueblo. Este himno nos introduce en el
misterio pascual –muerte y resurrección de Cristo–
que vamos a celebrar en el Triduo Santo. Jesús en
este domingo de Ramos es aclamado por aquellos que
después van a quitarle de en medio. Todo esto
ocurre porque Jesús se mete en el mundo, asume el
dolor de todos los hombres que hoy son
"crucificados". Jesús se empeña en estar en todos
los líos, se sitúa en las entrañas de la vida,
allí donde se juega el futuro de la humanidad. El
mundo es su sitio. No le va la muerte ni la
marginación –siempre injusta–. Lucha por acabar
con todo aquello que degrada al hombre, que le
humilla y hunde en el abismo. Fue valiente, por
eso le mataron tanto el poder político como el
religioso. Pero Jesús sigue muriendo hoy día...
Nosotros seguimos crucificando a muchos "cristos"
y gritando: "¡Crucifícalo!".
3. –
Aceptar nuestra
propia cruz. No
podemos quedarnos con la contemplación piadosa de
un cuadro melodramático. La lectura de la pasión
debe ayudarnos para descubrir el drama que hoy
vive la humanidad y nuestra actitud ante ella. No
se proclama la Pasión de Jesús para contemplar o
imaginar un espectáculo masoquista que nos muestra
cómo unos hombres malos mataron al Hijo de Dios.
Tampoco se proclama para que los fieles nos demos
golpes de pecho y lloremos desgarradamente por el
“pecado de Adán”. No podemos olvidar que Él cargó
con nuestros pecados. Aceptar nuestra propia cruz
nos cuesta mucho, pero nos puede ayudar a llegar
hasta Dios.
“Una vez un joven andaba buscando al Señor, pues quería ser su
amigo. El Señor estaba en el bosque preparando
cruces para que sus amigos le siguiéramos. El
joven encontró al Señor y cargó con una cruz. Era
grande, pesada y tenía nudos que le herían en la
espalda. Un diablejo se le cruzó y le ofreció un
hacha. Fue cortando trozos a la cruz para
calentarse por la noche. Cortó los nudos y ya no
le dañaba. Así, lisa y pequeña, resultaba bonita.
Casi podría colgársela al cuello como adorno. Pero
al llegar al reino vio que la puerta estaba en lo
alto de la muralla. «Apoya la cruz en la muralla y
trepa por los nudos», le dijo el Señor. Pero la
había recortado y pulido tanto que no podía subir.
«Vuelve sobre tus pasos, le insistió el Señor, y
si ves a alguno agobiado, ayúdale y así podréis
subir juntos los dos con la cruz de tu amigo”.
Ayudemos nosotros a llevar la cruz a aquellos que sufren su peso…
Su cruz puede ayudarnos a subir al Reino…
.
José María Martín OSA
www.betania.es