¡Alégrate,
el Señor está contigo!
EVANGELIO DEL DÍA
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Jn 6, 68
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Viernes,
29 de
marzo
de 2024
VIERNES SANTO
Del propio - Rojo
Isaías 52, 13-53, 12
/ Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
/ Juan 18, 1—19,42
Salmo responsorial Sal 30, 2. 6.
12-13. 15-17. 25
R/.
"Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu”
Santoral:
San Eustacio
VIERNES SANTO
CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
Él fue traspasado por nuestras rebeldías
Lectura del libro de Isaías
52, 13-53, 12
Sí, mi Servidor triunfará:
será exaltado y elevado a una altura muy grande.
Así como muchos quedaron horrorizados a causa de
él,
porque estaba tan desfigurado
que su aspecto no era el de un hombre
y su apariencia no era más la de un ser humano,
así también él asombrará a muchas naciones,
y ante él los reyes cerrarán la boca,
porque verán lo que nunca se les había contado
y comprenderán algo que nunca habían oído.
¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído
y a quién se le reveló el brazo del Señor?
Él creció como un retoño en su presencia,
como una raíz que brota de una tierra árida,
sin forma ni hermosura que atrajera nuestras
miradas,
sin un aspecto que pudiera agradamos.
Despreciado, desechado por los hombres,
abrumado de dolores y habituado al sufrimiento,
como alguien ante quien se aparta el rostro,
tan despreciado, que lo tuvimos por nada.
Pero él soportaba nuestros sufrimientos
y cargaba con nuestras dolencias,
y nosotros lo considerábamos golpeado,
herido por Dios y humillado.
Él fue traspasado por nuestras rebeldías
y triturado por nuestras iniquidades.
El castigo que nos da la paz recayó sobre él
y por sus heridas fuimos sanados.
Todos andábamos errantes como ovejas,
siguiendo cada uno su propio camino,
y el Señor hizo recaer sobre él
las iniquidades de todos nosotros.
Al ser maltratado, se humillaba
y ni siquiera abría su boca:
como un cordero llevado al matadero,
como una oveja muda ante el que la esquila,
él no abría su boca.
Fue detenido y juzgado injustamente,
y ¿quién se preocupó de su suerte?
Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes
y golpeado por las rebeldías de mi pueblo.
Se le dio un sepulcro con los malhechores
y una tumba con los impíos,
aunque no había cometido violencia
ni había engaño en su boca.
El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento.
Si ofrece su vida en sacrificio de reparación,
verá su descendencia, prolongará sus días,
y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de
él.
A causa de tantas fatigas, él verá la luz
y, al saberlo, quedará saciado.
Mi Servidor justo justificará a muchos
y cargará sobre sí las faltas de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes
y él repartirá el botín junto con los poderosos.
Porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los culpables,
siendo así que llevaba el pecado de muchos
e intercedía en favor de los culpables.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
30, 2. 6.
12-13. 15-17. 25
R.
Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu.
Yo me refugio en ti, Señor,
¡que nunca me vea defraudado!
Yo pongo mi vida en tus manos:
Tú me rescatarás, Señor, Dios fiel.
R.
Soy la burla de todos mis enemigos
y la irrisión de mis propios vecinos;
para mis amigos soy motivo de espanto,
los que me ven por la calle huyen de mí.
Como un muerto, he caído en el olvido,
me he convertido en una cosa inútil. R.
Pero yo confío en ti, Señor,
y te digo: «Tú eres mi Dios,
mi destino está en tus manos».
Líbrame del poder de mis enemigos
y de aquéllos que me persiguen.
R.
Que brille tu rostro sobre tu servidor,
sálvame por tu misericordia.
Sean fuertes y valerosos,
todos los que esperan en el Señor.
R.
Aprendió qué significa obedecer
y llegó a ser causa de salvación eterna
para todos los que le obedecen
Lectura de la carta a los Hebreos
4, 14-16; 5, 7-9
Hermanos:
Ya que tenemos en Jesús, el Rijo de Dios, un Sumo Sacerdote
insigne que penetró en el cielo, permanezcamos
firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no
tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse
de nuestras debilidades; al contrario Él fue
sometido a las mismas pruebas que nosotros, a
excepción del pecado.
Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de
obtener misericordia y alcanzar la gracia de un
auxilio oportuno.
Él dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con
fuertes gritos y lágrimas, a Aquel que podía
salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su
humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios,
aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué
significa obedecer. De este modo, Él alcanzó la
perfección y llegó a ser causa de salvación eterna
para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Pasión de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
18, 1—19, 42
¿A quién buscan?
C.
Jesús
fue con sus discípulos al otro lado del torrente
Cedrón. Había en ese lugar un huerto y allí entró
con ellos. Judas, el traidor, también conocía el
lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían
allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de
un destacamento de soldados y de los guardias
designados por los sumos sacerdotes y los
fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y
armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a
suceder, se adelantó y les preguntó:
X
«¿A
quién buscan?»
C.
Le
respondieron:
S.
«A
Jesús, el Nazareno».
C.
Él
les dijo:
X
«Soy
Yo».
C.
Judas, el que lo entregaba estaba con ellos.
Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos
retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó
nuevamente:
X
«¿A
quién buscan?»
C.
Le
dijeron:
S.
«A
Jesús, el Nazareno».
C.
Jesús
repitió:
X
«Ya
les dije que soy Yo. Si es a mí a quien buscan,
dejen que estos se vayan».
C.
Así
debía cumplirse la palabra que Él había dicho: «No
he perdido a ninguno de los que me confiaste».
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la
sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote,
cortándole la oreja derecha. El servidor se
llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro:
X
«Envaina
tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha
dado el Padre?»
Se apoderaron de Jesús y lo ataron
C.
El
destacamento de soldados, con el tribuno y los
guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo
ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era
suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás
era el que había aconsejado a los judíos: «Es
preferible que un solo hombre muera por el
pueblo».
¿No eres tú también uno de los discípulos de ese
hombre?
C.
Entre
tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo,
seguía a Jesús. Este discípulo, que era
conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús
en el patio del Pontífice, mientras Pedro
permanecía afuera, en la puerta. El otro
discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote,
salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.
La portera dijo entonces a Pedro:
S.
«¿No
eres tú también uno de los discípulos de ese
hombre?»
C.
Él
le respondió:
S.
«No
lo soy».
C.
Los
servidores y los guardias se calentaban junto al
fuego, que habían encendido porque hacía frío.
Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El
Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus
discípulos y de su enseñanza. Jesús le
respondió:
X
«He
hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en
la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos
los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por
qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han
oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he
dicho».
C.
Apenas
Jesús dijo esto, uno de los guardias allí
presentes le dio una bofetada, diciéndole:
S.
«¿Así
respondes al Sumo Sacerdote?»
C.
Jesús
le respondió:
X
«Si
he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he
hablado bien, ¿por qué me pegas?»
C.
Entonces
Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que
estaban con él le dijeron:
S.
«¿No
eres tú también uno de sus discípulos?»
C.
Él
lo negó y dijo:
S.
«No
lo soy».
C.
Uno
de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de
aquél al que Pedro había cortado la oreja,
insistió:
S.
«¿Acaso
no te vi con Él en la huerta?»
C.
Pedro
volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Mi realeza no es de este mundo.
C.
Desde
la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio.
Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el
pretorio, para no contaminarse y poder así
participar en la comida de Pascua. Pilato salió
adonde estaban ellos y les preguntó:
S.
«¿
Qué acusación traen contra este hombre?»
C.
Ellos
respondieron:
S.
«Si
no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos
entregado».
C.
Pilato
les dijo:
S.
«Tómenlo
y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que
tienen».
C.
Los
judíos le dijeron:
S.
«A
nosotros no nos está permitido dar muerte a
nadie».
C.
Así
debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando
indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en
el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó:
S.
«¿Eres
Tú el rey de los judíos?»
C.
Jesús
le respondió:
X
«¿Dices
esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?»
C.
Pilato replicó:
S.
«¿Acaso
yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos
sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo
que has hecho?»
C.
Jesús
respondió:
X
«Mi
realeza no es de este mundo.
Si mi realeza fuera de este mundo,
los que están a mi servicio habrían combatido
para que Yo no fuera entregado a los judíos.
Pero mi realeza no es de aquí».
C.
Pilato
le dijo:
S.
«¿Entonces
Tú eres rey?»
C.
Jesús
respondió:
X
«Tú
lo dices:
Yo soy rey.
Para esto he nacido
y he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad.
El que es de la verdad, escucha mi voz».
C.
Pilato
le preguntó:
S.
«¿
Qué es la verdad?»
C.
Al
decir esto, salió nuevamente a donde estaban los
judíos y les dijo:
S.
«Yo
no encuentro en Él ningún motivo para condenarlo.
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga
en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua,
¿quieren que suelte al rey de los judíos?»
C.
Ellos
comenzaron a gritar, diciendo:
S.
«¡A
Él no, a Barrabás!»
C.
Barrabás
era un bandido.
¡Salud, rey de los judíos!
C.
Entonces
Pilato tomó a Jesús y lo azotó. Los soldados
tejieron una corona de espinas y se la pusieron
sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto
púrpura, y acercándose, le decían:
S.
«¡Salud, rey de los judíos!»
C.
Y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les
dijo:
S.
«Miren, lo traigo afuera para que sepan que no
encuentro en El ningún motivo de condena».
C.
Jesús
salió, llevando la corona de espinas y el manto
púrpura. Pilato les dijo:
S.
«¡Aquí
tienen al hombre!»
C.
Cuando
los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron,
gritaron:
S.
«¡Crucifícalo!
¡Crucifícalo!»
C.
Pilato
les dijo:
S.
«Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro
en Él ningún motivo para condenarlo».
C.
Los
judíos respondieron:
S.
«Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe
morir porque Él pretende ser Hijo de Dios».
C.
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más
todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó
a Jesús:
S.
«¿De dónde eres Tú?»
C.
Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo:
S.
«¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo
autoridad para soltarte y también para
crucificarte?»
C.
Jesús le respondió:
X
«Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si
esta ocasión no la hubieras recibido de lo alto.
Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido
un pecado más grave».
¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo!
C.
Desde
ese momento, Pilato trataba de ponerlo en
libertad. Pero los judíos gritaban:
S.
«Si
lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que
se hace rey se opone al César».
C.
Al
oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo
sentar sobre un estrado, en el lugar llamado «el
Empedrado», en hebreo, «Gábata».
Era el día de la Preparación de la Pascua,
alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos:
S.
«Aquí
tienen a su rey».
C.
Ellos
vociferaban:
S.
«¡Sácalo!
¡Sácalo! ¡Crucifícalo!»
C.
Pilato
les dijo:
S.
«¿Voy
a crucificar a su rey?»
C.
Los
sumos sacerdotes respondieron:
S.
«No
tenemos otro rey que el César».
C.
Entonces
Pilato se lo entregó para que lo crucificaran,
y ellos se lo llevaron.
Lo crucificaron, y con Él
a otros dos
C.
Jesús,
cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad
para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en
hebreo «Gólgota». Allí lo crucificaron; y
con Él a otros dos, uno a cada lado y Jesús
en el medio. Pilato redactó una inscripción que
decía: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos», y
la colocó sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el
lugar donde Jesús fue crucificado quedaba
cerca de la ciudad y la inscripción estaba
en hebreo, latín y griego. Los sumos
sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S.
«No
escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha
dicho: Yo soy el rey de los judíos"».
C.
Pilato
respondió:
S.
«Lo
escrito, escrito está».
Se repartieron mis vestiduras
C.
Después
que los soldados crucificaron a Jesús,
tomaron sus vestiduras y las dividieron en
cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también
la túnica, y como no tenía costura, porque
estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se
dijeron entre sí:
S.
«No
la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién
le toca».
C.
Así
se cumplió la Escritura que dice:
«Se repartieron mis vestiduras
y sortearon mi túnica».
Esto fue loque hicieron los soldados.
¡Aquí tienes a tu hijo! ¡Aquí tienes a tu madre!
C.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la
hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y
María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella
al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo:
X
«Mujer,
aquí tienes a tu hijo».
C.
Luego dijo al discípulo:
X
«Aquí
tienes a tu madre».
C.
Y
desde aquella Hora, el discípulo la recibió como
suya.
Todo se ha cumplido
C.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y
para que la Escritura se cumpliera hasta el final,
Jesús dijo:
X
«Tengo
sed».
C.
Había
allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en
él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y
se la acercaron a la boca. Después de beber el
vinagre, dijo Jesús:
X
«Todo
se ha cumplido».
C.
E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve
silencio de adoración.
En seguida brotó sangre yagua
C.
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los
judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las
piernas de los crucificados y mandara retirar sus
cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante
el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los
soldados fueron y quebraron las piernas a los dos
que habían sido crucificados con Jesús. Cuando
llegaron a Él, al ver que ya estaba muerto, no le
quebraron las piernas, sino que uno de los
soldados le atravesó el costado con la lanza, y en
seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es
verdadero y él sabe que dice la verdad, para que
también ustedes crean. Esto sucedió para que se
cumpliera la Escritura que dice:
«No le quebrarán ninguno de sus huesos».
Y otro pasaje de la Escritura, dice:
«Verán al que ellos mismos traspasaron».
Envolvieron con vendas el cuerpo de Jesús,
agregándole la mezcla de perfumes
C.
Después de esto, José de Arimatea, que era
discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a
los judíos-- pidió autorización a Pilato para
retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió,
y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente
había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de
mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo
envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de
perfumes, según la costumbre de sepultar que
tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta
y en ella, una tumba nueva, en la que todavía
nadie había sido sepultado. Como era para los
judíos el día de la Preparación y el sepulcro
estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra del Señor.
Reflexión
CRISTO ENTREGÓ SU VIDA AL PADRE
Ayer, Jueves Santo, celebrábamos la Última Cena
del Señor. Tras la Eucaristía reservamos el
Santísimo Sacramento en el Monumento. Hoy nos
reunimos, a la misma hora en la que Cristo entrego
su vida al Padre, para continuar con la
celebración del Triduo Pascual que comenzábamos
ayer. Hemos comenzado postrados en el suelo para
adorar en silencio la Muerte del Señor y hemos
escuchado el relato de la Pasión del Señor según
san Juan.
1. “Está
cumplido”. De
la lectura de la Pasión que hemos escuchado, y que
constituye uno de los elementos centrales de
nuestra celebración de hoy, podemos destacar tres
elementos que nos suscita la contemplación de
Jesús en la Pasión, y que son propios del relato
según san Juan. En primer lugar, Cristo no deja
indiferente a nadie, aparece a lo largo de todo el
relato con autoridad, desde la oración en el
huerto de los Olivos hasta la crucifixión. En
segundo lugar, a lo largo de todo el proceso al
que es sometido hasta su condena a muerte, Cristo
se manifiesta como rey. En tercer lugar, Jesús se
muestra en todo momento obediente a la voluntad de
Dios Padre. Por otro lado, no hemos de perder de
vista que Cristo es el Siervo sufriente del poema
del Siervo de Yahvé que hemos escuchado en la
primera lectura del profeta Isaías, desfigurado,
sin aspecto humano, sin figura ni belleza,
despreciado y evitado de los hombres, herido de
Dios y humillado. Pero sus heridas nos han curado,
ha cargado con nuestro pecado e intercede por los
pecadores. Cristo cumple así las profecías
antiguas sobre el Mesías prometido. Por ello,
Jesús exclama desde la cruz: “Todo está cumplido”.
Obediente al Padre ha cumplido con el plan que Él
tenía preparado: salvar a la humanidad a través de
la entrega voluntaria de su vida. Cristo,
obediente hasta la muerte, se ha convertido para
todos los que le obedecen en autor de salvación
eterna, como nos recuerda el autor de la Carta a
los Hebreos en la segunda lectura.
2.
“Mirad el árbol
de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del
mundo”. La
cruz, que era símbolo de tortura y de muerte, se
ha convertido en signo de salvación. Por ello,
tras la oración universal, que en este día tiene
un carácter especial, contemplaremos el árbol en
el que estuvo clavada la salvación del mundo. La
cruz será desnudada poco a poco, y así
contemplaremos este misterio tan admirable ante el
que sólo cabe postrarse y adorar en silencio.
Pasaremos después no a venerar la cruz, sino a
venerar al crucificado. Él es nuestro salvador.
Puede parecer un sinsentido el venerar a un
condenado a muerte pero, por la fe, nosotros
reconocemos en Él al salvador del mundo.
Levantemos nuestra mirada hacia Cristo
crucificado. En Él encontramos todo lo que
necesitamos para crecer en el amor y en la
santidad. El que nos ha dado su propia vida, a
pesar de nuestros pecados, ¿no nos dará también
todo lo que necesitamos para seguirle y para
imitarle? Venerar la cruz se convierte así en un
reconocimiento de la grandeza de Cristo, pero es
también un compromiso por nuestra parte de seguir
los mismos pasos de Cristo. Si Él ha dado su vida
por mí, ¿cómo no voy a dar yo también mi vida por
Él, y con Él también por los demás?
3. “Éste
es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Después de venerar al Crucificado tendrá lugar la
comunión. Comulgaremos del mismo cuerpo de Cristo
consagrado en el día de ayer, Jueves Santo, en la
Misa de la Cena del Señor, y que ha permanecido en
el Monumento. Es el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo, como proclama el sacerdote en
cada Eucaristía, y hoy lo volverá a repetir tras
la oración del Padrenuestro. El Cordero de Dios
entregado a la muerte para el perdón de los
pecados, el cuerpo de Cristo entregado por amor en
la cruz es para nosotros pan que nos fortalece en
nuestro camino de seguimiento a Cristo.
Vivamos con piedad sincera esta celebración. Alimentados con la
Palabra, fortalecidos por el relato de la Pasión
del Señor, dispongámonos a recibir el árbol de la
cruz. De él pende el salvador, el Dios hecho
hombre que, por amor, ha dado su vida por nosotros
y nos libra del pecado. Adoremos en silencio al
Crucificado y alimentémonos de su Cuerpo. Después
interrumpiremos de nuevo la celebración y
marcharemos a casa en silencio para acompañar a
María en la espera gozosa de la resurrección de
Cristo.
Francisco Javier Colomina Campos
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EL SIERVO DE YAHVEH
1..-
Lo vimos como un varón de dolores.
En la liturgia de estos días de Semana Santa
leemos y meditamos varias veces el relato de la
pasión del Señor. Yo ahora quiero centrar mis
reflexiones sobre algunas frases del cuarto
cántico del siervo de Yahveh, tal como lo leemos
hoy en la lectura inicial del profeta Isaías. No
sabemos, exegéticamente hablando, a quién se
refería el profeta Isaías cuando hablaba del
<siervo de Yahveh>. Pero, en cualquier caso, es un
cántico que nosotros, los cristianos, podemos muy
bien aplicarlo a Jesús de Nazaret, en los momentos
últimos de su pasión y muerte. Un cántico sublime,
majestuoso y lleno de unción. Merece la pena
leerlo y meditarlo con detenimiento y piedad.
Realmente, Jesús, el Cristo, aceptó ser y vivir
como un varón de dolores, y lo hizo por amor a
nosotros. No es que a Cristo le gustara padecer,
no era un masoquista; pero, si para ser fiel a la
misión que su Padre le había encomendado, tenía
que sufrir, aceptaba voluntaria y conscientemente
el sufrimiento. El sufrimiento por el sufrimiento
no es recomendable, pero aceptar el sufrimiento
por amor no sólo es recomendable, sino que es un
deber de tenemos todos los hijos de Dios. La vida
humana está llena de dificultades y problemas, a
veces muy graves. Y es en la capacidad para
aguantar y superar estas dificultades y
sufrimientos donde se fragua la virtud y la
santidad cristiana. Cristo prefirió sufrir hasta
la muerte, antes que ser infiel a la misión que su
Padre le había encomendado. Si nosotros no somos
capaces de sufrir es que no somos capaces de amar.
Para alcanzar la santidad a la que Dios nos llama
tenemos que aceptar con amor el sufrimiento
necesario.
2.- Sus cicatrices nos han curado. Esto lo saben muy bien todos
los santos, y todos los pecadores, cuando ante la
dificultad y el dolor se han arrodillado ante el
Cristo crucificado. Cuántas veces también
nosotros, ante una grave enfermedad, o ante una
dificultad que nos parece insuperable, hemos
decidido seguir adelante y no desanimarnos,
meditando, ante la cruz de Cristo, y contemplando
las humillaciones y sufrimientos que tuvo que
soportar nuestro Señor Jesucristo. La meditación
en la pasión de Cristo nos conforta y nos hace
espiritualmente fuertes, en momentos graves de
desánimo psicológico o cobardía espiritual. Porque
sabemos que Dios, nuestro Padre, mira
misericordiosamente nuestros pecados y nuestras
debilidades, en atención a su Hijo que aceptó
morir en la cruz por amor. También debemos pensar
que nosotros, cuando sufrimos por amor a los
demás, para salvar a los demás, estamos imitando
el gesto grande de amor de Cristo, cuando murió
por nosotros en la cruz. Sí, también nuestras
cicatrices, cuando son cicatrices causadas por un
sufrimiento aceptado por amor al prójimo, pueden
convertirse en cicatrices salvadoras, cicatrices
de misericordia, de amor y de perdón.
3.-
A causa de los
trabajos de su alma, mi siervo justificará a
muchos. El
“siervo de Yahveh” “tomó el pecado de muchos e
intercedió por los pecadores”. En esta tarde de
viernes santo vamos a unirnos nosotros al “cordero
llevado al matadero, sin abrir la boca”, para
hacernos corredentores con Cristo y para ayudarle
a quitar el pecado del mundo.
Gabriel González del Estal
www.betania.es
PASIÓN DE CRISTO, PASIÓN DEL MUNDO
1.-
La cruz, signo de
salvación. La
cruz es símbolo de adhesión, de confianza, de
amor. Y, sin embargo, cuando somos incoherentes le
matamos en nuestro corazón.... le entregamos como
Judas, a cambio de unas pocas monedas sin valor:
egoísmo, comodidad, mediocridad, falta de
confianza...). Nosotros también decimos muchas
veces ¡crucifícale! Tenemos que preguntarnos con
qué personaje de la Pasión nos identificamos. Tal
vez con Judas el traidor, o con Pedro el cobarde,
con Juan el discípulo fiel, con el buen ladrón,
con las santas mujeres…. Hoy día Jesús sigue
muriendo por nosotros y muchos “Cristos” en el
mundo siguen sufriendo “su pasión”.
2.-
Vivimos en un
mundo y en una cultura que quiere suprimir la cruz.
La oculta a toda vista, considera que es una
pérdida de tiempo inútil fijarse en el
crucificado. Nunca olvidemos lo más esencial de la
llamada de Dios al hombre, Él nos quiere a
nosotros mismos, quiere que le adoremos con
actitud de un amor sin reservas. No queramos hacer
sustitutivos como hacían en el mundo antiguo con
animales sacrificados o como lo hacemos nosotros
hoy, con otros sustitutivos de Dios. Fuera de la
ciudad muere el hijo de Dios asesinado por los que
creen honrar a Dios. La cruz de Cristo nos salva y
nos libera, no es un signo negativo, es signo de
amor, no nos debe dar vergüenza portarla.
3.-
El camino de la
cruz. La vida
del cristiano es un “vía crucis” si se acepta la
invitación de Jesús de llevar la propia cruz
detrás de Él cada día. Podemos ser condenados al
desprecio, podemos sentir el silencio que hiere y
condena nuestra fidelidad cristiana. En nuestro
“vía crucis” hay también momentos de caída, de
fragilidad y de cansancio, pero también nosotros
tenemos una Madre (María) que nos acompaña en
nuestro caminar como a Jesús. El camino de la cruz
de Cristo y el nuestro son unas vías de salvación
y de apostolado, porque hemos sido invitados a
colaborar en la salvación de nuestros hermanos.
Todos los cristianos somos responsables del
destino eterno de quienes nos rodean. Cristo nos
enseña con la cruz a salir de nosotros mismos, y a
dar así un sentido de entrega a nuestra vida.
Cuando contemplemos el crucifijo, cuando veamos la
figura sufriente de Cristo en la cruz, pidamos la
gracia de recordar que los dolores de Cristo
crucificado son fruto del pecado. Eliminemos el
egoísmo en nuestra vida y ayudemos a todos
aquellos que sufren la pasión en su vida.
José María Martín OSA
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