¡Alégrate, el Señor está contigo!

 

EVANGELIO DEL DÍA

Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Jn 6, 68

 

     

 

Domingo, 10 de abril de 2022
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

En la Procesión de Ramos: Lucas 19, 28-40

Isaías 50, 4-7 / Filipos 2, 6-11

/ Lucas 22, 7.14-23, 56

Salmo Responsorial, Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

R/. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

 

Santoral:

San Juan Bautista Velásquez y mártires,

San Fulberto, San Dimas y Beato Antonio Neyrot

 

 

LECTURAS DEL DOMINGO 10 DE ABRIL DE 2022

 

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

EN LA PROCESIÓN DE RAMOS

 

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

 

a    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

 

19, 28-40

 

Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: "¿Por qué lo desatan?", respondan: "El Señor lo necesita"».

Los enviados partieron y encontraron todo como Él les había dicho. Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron:

«¿Por qué lo desatan?»

Y ellos respondieron:

«El Señor lo necesita».

Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras Él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino.

Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían:

«¡Bendito sea el Rey que viene

en nombre del Señor!

¡Paz en el cielo

y gloria en las alturas!»

Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron:

«Maestro, reprende a tus discípulos».

Pero Él respondió:

«Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras».

 

Palabra del Señor.

 

 

No retiré mi rostro cuando me ultrajaban,

pero sé muy bien que no seré defraudado

 

Lectura del libro de Isaías

50, 4-7

 

El mismo Señor me ha dado

una lengua de discípulo,

para que yo sepa reconfortar al fatigado

con una palabra de aliento.

Cada mañana, Él despierta mi oído

para que yo escuche como un discípulo.

El Señor abrió mi oído

y yo no me resistí ni me volví atrás.

Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban

y mis mejillas a los que me arrancaban la barba;

no retiré mi rostro

cuando me ultrajaban y escupían.

Pero el Señor viene en mi ayuda:

por eso, no quedé confundido;

por eso, endurecí mi rostro como el pedernal,

y sé muy bien que no quedaré defraudado.

 

Palabra de Dios.

 

 

SALMO RESPONSORIAL                 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

 

R.    Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 

Los que me ven, se burlan de mí,

hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:

«Confió en el Señor, que Él lo libre;

que lo salve, si lo quiere tanto». R.

 

Me rodea una jauría de perros,

me asalta una banda de malhechores;

taladran mis manos y mis pies.

Yo puedo contar todos mis huesos. R.

 

Se reparten entre sí mis ropas

y sortean mi túnica.

Pero Tú, Señor, no te quedes lejos;

Tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.

 

Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,

te alabaré en medio de la asamblea:

“Alábenlo, los que temen al Señor;

glorifíquenlo, descendientes de Jacob;

témanlo, descendientes de Israel.” R.

 

 

Se anonadó a sí mismo. Por eso, Dios lo exaltó

 

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Filipos

2, 6-11

 

Jesucristo, que era de condición divina,

no consideró esta igualdad con Dios

como lago que debía guardar celosamente:

al contrario, se anonadó a sí mismo,

tomando la condición de servidor

y haciéndose semejante a los hombres.

Y presentándose con aspecto humano,

se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte

y muerte en cruz.

Por eso, Dios lo exaltó

y le dio el Nombre que está por sobre todo nombre,

para que al nombre de Jesús,

se doble toda rodilla

en el cielo, en la tierra y en los abismos,

y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:

“Jesucristo es el Señor”

 

Palabra de Dios.

 

 

 

EVANGELIO

 

a     Pasión de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

 

22, 7.14-23, 56

 

He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes

antes de mi Pasión

 

C.   Llegó el día de los Ázimos, en el que se debía inmolar la víctima pascual. Cuando fue la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo:

a  «He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios».

 C.   Y tomando una copa, dio gracias y dijo:

a  «Tomen y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios».

 

Hagan esto en conmemoración mía

 

C.   Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:

a   «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía».

C.   Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo:

a    «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes.

       La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí. Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!»

C. Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que iba a hacer eso.

     Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más grande. Jesús les dijo:

a  «Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? y sin embargo, Yo estoy entre ustedes como el que sirve.

Ustedes son los que han permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas. Por eso Yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a mí. Y en mi Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa, y se sentarán sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.

Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero Yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos».

C.   Pedro le dijo:

S.   «Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte».

C.   Pero Jesús replicó:

a  «Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces».

C.   Después les dijo:

a  «Cuando los envié sin bolsa, ni provisiones, ni sandalia, ¿les faltó alguna cosa?»

C.   Respondieron:

S.   «Nada»

C.   Él agregó:

a  «Pero ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una alforja, que la lleve también; y el que no tenga espada, que venda su manto para comprar una. Porque les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: "Fue contado entre los malhechores". Ya llega a su fin todo lo que se refiere a mí».

C.   Ellos le dijeron:

S.   «Señor, aquí hay dos espadas».

C.   Él les respondió:

a  «Basta».

 

En medio de la angustia, Él oraba más intensamente

 

C.  Enseguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo:

a  «Oren, para no caer en la tentación».

C.   Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba:

a  «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».

C.   Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia, Él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo.

Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza. Jesús les dijo:

a  «¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación».

 

Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?

 

C.   Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por el que se llamaba Judas, uno de los Doce. Éste se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo:

a  «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?»

C.   Los que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le preguntaron:

S.   «Señor, ¿usamos la espada?»

C.   Y uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo:

a  «Dejen, ya está».

C.  Y tocándole la oreja, lo sanó. Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo:

a  «¿Soy acaso un bandido para que vengan con espadas y palos? Todos los días estaba con ustedes en el Templo y no me arrestaron. Pero esta es la hora de ustedes y el poder de las tinieblas».

 

Pedro, saliendo afuera, lloró amargamente

 

C.   Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro se sentó entre ellos. Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo:

S.   «Éste también estaba con Él».

C.   Pedro lo negó diciendo:

S.   «Mujer, no lo conozco».

C.   Poco después, otro lo vio y dijo:

S.   «Tú también eres uno de aquellos».

C.   Pero Pedro respondió:

S.   «No, hombre, no lo soy».

 

Profetiza, ¿quién te golpeó?

 

C.   Los hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban; y tapándole el rostro, le decían:

S.   «Profetiza, ¿quién te golpeó?»

C.   Y proferían contra Él toda clase de insultos.

 

Llevaron a Jesús ante el tribunal

 

C.   Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal y le dijeron:

S.   «Dinos si eres el Mesías».

C.   Él les dijo:

 a  «Si Yo les respondo, ustedes no me creerán, y si los interrogo, no me responderán. Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso».

C.   Todos preguntaron:

S.   «¿Entonces eres el Hijo de Dios?»

C.   Jesús respondió:

a  «Tienen razón, Yo lo soy».

C.   Ellos dijeron:

S. «¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca».

C.   Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato.

 

No encuentro en este hombre ningún motivo de condena

 

C.   Y comenzaron a acusarlo, diciendo:

S.   «Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador, y pretendiendo ser el rey Mesías».

C.   Pilato lo interrogó, diciendo:

S.   «¿Eres Tú el rey de los judíos?»

a  «Tú lo dices».

C.   Le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:

S.   «No encuentro en este hombre ningún motivo de condena». c. Pero ellos insistían:

S.   «Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí».

C.   Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.

 

Herodes y sus guardias lo trataron con desprecio

 

C.   Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de Él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. Entre tanto, los sumos sacerdote y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia.

Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos.

 

Pilato entregó a Jesús al arbitrio de ellos

 

C.   Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo:

S.   «Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad».

C.   Pero la multitud comenzó a gritar:

S.   «¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!»

C.   A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio.

Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:

S.   «¡Crucificalo! ¡Crucificalo!»

C.   Por tercera vez les dijo:

S.   «¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en Él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad».

C.   Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.

 

Hijas de Jerusalén, no lloren por mí

 

C.  Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por Él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:

a  «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los vientres que no concibieron y los pechos que no amamantaron! Entonces se dirá a las montañas: "¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: "¡Sepúltennos!" Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?»

C.   Con Él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.

 

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

 

C.  Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía:

a  «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

C.   Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.

 

Éste es el rey de los judíos

 

C.   El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían:

S.   «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»

C.   También los soldados se burlaban de Él y, acercándose para ofrecer1e vinagre, le decían:

S.   «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»

C.   Sobre su cabeza había una inscripción: «Éste es el rey de los judíos».

 

Hoy estarás conmigo en el Paraíso

 

C.   Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:

S.   «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

C.   Pero el otro lo increpaba, diciéndole:

S.   «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo».

C.   Y decía:

S.   «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino».

C.   Él le respondió:

a  «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».

 

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu

 

C.   Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó:

a  «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».

C.   Y diciendo esto, expiró.

 

Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración.

 

C.   Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:

S.   «Realmente este hombre era un justo».

C.   Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.

 

José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro cavado en la roca

 

C.   Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado.

Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado.

Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión

 

 

“DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR”

Después de estos cuarenta días en los que nos hemos ido preparando interiormente para la Pascua, la fiesta de hoy nos abre la puerta a las celebraciones centrales del misterio de nuestra fe. Hoy vemos a Jesús que entra triunfante en Jerusalén, acompañado por sus discípulos y aclamado por todo el pueblo como rey y como Mesías. Pero la fiesta y la alegría de hoy pronto se convertirán en entrega, en pasión, en dolor. Jesús entra en Jerusalén para dar su vida en la cruz. Por eso, el carácter de esta fiesta es doble: la alegría de recibir a Jesús como Mesías, pero también la pasión y el sufrimiento de la cruz. Por eso, nuestra celebración de hoy lleva por nombre ""Domingo de Ramos en la Pasión del Señor", y el mismo color rojo de las vestiduras del sacerdote en esta fiesta nos recuerdan la sangre de la cruz.

1. Jesús aclamado como Mesías. Con la procesión de las palmas hemos rememorado la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. La ciudad entera abre sus puertas a Cristo que entra, los discípulos, entusiasmados, gritan a una voz “Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor”. Jesús es aclamado como rey y como Mesías. Reconocer a Cristo como rey significa aceptarlo como aquél que nos guía en nuestro camino, como aquél a quien debemos escuchar y al que seguimos. Reconocer a Cristo como Mesías es aceptarlo como nuestro salvador, siendo conscientes de que no podemos hacer nada sin Él, que nuestra salvación viene de Él. Por eso, la celebración de hoy tiene un primer carácter festivo, de alegría. Como los habitantes de Jerusalén abrieron las puertas de su ciudad para acoger al Mesías, también nosotros hoy queremos abrir las puertas de nuestra vida para que entre en ella Cristo, el que viene en nombre del Señor, nuestro rey y Mesías. Comenzamos pues la Semana Santa con gozo, haciendo fiesta, pues Cristo viene a nosotros.

2. Un Mesías pobre. Al contemplar hoy a Cristo que entra en Jerusalén montado en un asno, pobremente, reconocemos a Dios que quiere entrar también en nuestra vida de forma sencilla. Jesús triunfante, al entrar en la ciudad santa, no entró de forma portentosa, sin pompa ni lujos. Jesús no entró en Jerusalén montado en carroza, con un séquito que le acompañase, sino que entró humildemente. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén es sencilla, como le gusta hacer las cosas a Dios. Un asno que ni siquiera es suyo, sino que ha tenido que pedir prestado, como hemos escuchado en el pasaje del Evangelio que se ha proclamado al comenzar la procesión. Nos recuerda al pasaje del profeta Zacarías: “¡Salta de gozo, Sión; alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna” (Zac 9, 9). Dios no viene a nosotros con boatos, no sale a nuestro encuentro con lujos ni parafernalias.  Dios siempre aparece en nuestras vidas con sencillez, pobremente. Es difícil reconocer a Dios en un hombre sencillo y montado en un borrico. Los discípulos y los habitantes de Jerusalén lo reconocieron. Nosotros, si vivimos pendientes de las riquezas y de la abundancia, difícilmente lo reconoceremos. Abramos pues nuestros corazones a Dios que viene sencillo, pobremente. Que Él entre en nosotros y encuentre un corazón sencillo, dispuesto a acogerle con júbilo. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

3. Un Mesías sufriente. Pero la fiesta de hoy, como decíamos al principio, tiene un carácter no sólo festivo, sino también de pasión. Cristo entra en Jerusalén para subirse al madero de la cruz y dar su vida por nosotros. Por eso, la liturgia de hoy nos recuerda que ser Mesías es dar la vida, entregarse por nosotros, por amor a nosotros. En las lecturas de la Misa de hoy escuchamos diversos textos que nos recuerdan qué significa ser Mesías. La primera lectura, en la que escuchamos el tercer cántico del Siervo de Yahvé del profeta Isaías, nos presenta a un Mesías sufriente, a quien el Señor abre el oído para escuchar y le da una palabra de aliento para el abatido, pero que también ofrece la espalda y las mejillas a quienes le maltratan, que no se esconde ante los ultrajes, pues tiene su confianza puesta en el Señor. El salmo 21 recoge el sufrimiento de quien se siente abandonado, maltratado, pero que a pesar de ello mantiene su confianza en el Señor, su fuerza. Este salmo lo pone el evangelista en labios de Jesús en el momento de la cruz “Dios mío, Dios mío, ¡por qué me has abandonado?” La segunda lectura, en la que encontramos el impresionante himno cristológico de la carta de Pablo a los filipenses, nos presenta a un Cristo obediente, despojado de todo, rebajado hasta someterse a una muerte en cruz. Y finalmente en largo relato del Evangelio de hoy, según san Lucas, podemos contemplar la pasión y muerte del Señor. Cristo, que hoy entra triunfante en Jerusalén, es el Mesías sufriente, que muere por amor, que da la vida por nosotros. Éste es el verdadero sentido de la Semana Santa que hoy empezamos: celebrar y vivir el amor de Dios manifestado en la entrega incondicional de Cristo en la Cruz.

Al celebrar hoy esta fiesta del Domingo de Ramos, abramos con gozo las puertas de nuestro corazón a Cristo, el Mesías, que viene a nosotros como en aquel día entró en Jerusalén. Él viene sencillo, pacífico, pobre. Desea mostrarnos el amor de Dios, y lo hace con su muerte en la cruz, con la entrega de su vida. Que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, como hemos rezado en la oración colecta de hoy. Pongamos a Cristo en el centro de nuestra vida y caminemos así hasta la Pascua de la Resurrección.

 

Francisco Javier Colomina Campos

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EN ESTE DOMINGO ESTÁ RESUMIDA LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS

1.- ¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Sí, Cristo conoció momentos de triunfo y momentos de pasión. La liturgia del domingo de ramos nos describe estos momentos de triunfo y los momentos de pasión con una viveza y una plasticidad asombrosa. Comenzamos la ceremonia con la bendición y la procesión de los ramos: es el momento del triunfo. Quizá el pueblo fiel ha identificado siempre la fiesta del domingo de ramos con la procesión: a la fiesta del domingo de ramos se iba preparado, sobre todo, para ver y participar en la procesión que había antes de la misa. Para eso la gente se vestía con el mejor traje, o con la mejor falda, blusa o abrigo que encontraran en el armario. ¡Quien no estrena en ramos, o es manco, o no tiene manos!, decía la gente sencilla. Para ellos, la fiesta del domingo de ramos era la fiesta de la procesión de ramos. Y sabían, quizá de una manera imprecisa y no muy teológica, que eso lo hacían para honrar al Señor, para acompañarle en su entrada triunfal en Jerusalén. Ellos, todos, estaban de parte del Señor, le aclamaban como a su verdadero rey y Señor. Los demás reyes y señores de la tierra eran nada comparados con la grandeza del Rey y Señor de los señores, con Cristo Jesús. Yo no sé lo que sentiría Cristo cuando, montado en un pollino, entró triunfalmente en Jerusalén, aclamado con gritos y cánticos por el pueblo sencillo y viendo el camino alfombrado con los mantos de la gente. Pero indudablemente debió sentirse agradecido a la piedad sincera de aquella gente sencilla. Por eso, cuando algunos fariseos le dicen que reprenda a sus discípulos, Jesús les replica: os digo que, si estos callan, gritarán las piedras. Aclamemos hoy nosotros, desde los pliegos más sencillos e íntimos de nuestra alma, a quien vino a la tierra para salvarnos y liberarnos de tanta miseria y de tanto mal como nos circunda. Dejemos que Cristo sea, en este momento, el rey y señor que transforme nuestros corazones.

2.- No oculté el rostro a insultos y salivazos. Es el momento del sufrimiento y de la pasión. Muchos momentos de la vida de Cristo fueron momentos de pasión. Jesús no buscó el sufrimiento porque le gustara sufrir; Jesús aceptó el sufrimiento porque para ser fiel a la voluntad de su Padre Dios tuvo que hacer muchas cosas que le causaron un gran sufrimiento. No ocultó el rostro a insultos y salivazos, no se acobardó ante el sufrimiento que le suponía su lucha constante contra el mal, su denuncia diaria de la ambición, de la hipocresía y de la maldad de muchos jefes políticos y religiosos de su tiempo. Por eso, en la liturgia de este domingo de ramos leemos también el relato de la pasión y muerte de Cristo, para que no olvidemos que en la vida de Cristo, junto a los momentos de triunfo hubo también momentos de pasión. Como la vida de cualquier cristiano que quiera ser fiel a la voluntad de nuestro Padre Dios; hemos de saber aceptar en nuestra vida los momentos de triunfo y los momentos de pasión con igual entereza y con amor. Participemos hoy con alegría en la procesión de los ramos y unámonos espiritualmente, en la lectura de la pasión, al Cristo que, por amor, aceptó valientemente el sufrimiento, sin ocultar su rostro a insultos y salivazos.

 

Gabriel González del Estal

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LA CRUZ NOS LIBERA

1.- Jesús dio libremente su vida. El himno cristológico de la carta a los Filipenses refleja la entrega de Jesús, hasta vaciarse por nosotros. Este despojo lleva un nombre técnico en teología: es la "kenosis" de Cristo. Kenosis viene del griego "kenos", que significa precisamente "vacío". Se concretizó en una obediencia total a su misión, que era la voluntad del Padre. Y no sólo aceptó esta obediencia, sino que escogió también el vivirla hasta el final, "hasta la muerte y la muerte en la cruz", esta muerte que era reservada a los malhechores o a los esclavos. En este sentido, Jesús dio libremente su vida.

2.- Jesús sigue muriendo hoy día... El anonadamiento de Cristo es la puerta que conduce la glorificación. Por la cruz se llega a la luz. El centurión desvela todo el enigma que Marcos ha mantenido en secreto durante todo su evangelio. Sólo en la cruz se desvela el misterio. Ese Jesús crucificado es "verdaderamente el Hijo de Dios", es el Cristo, Mesías Ungido y esperado por el pueblo. Este himno nos introduce en el misterio pascual –muerte y resurrección de Cristo– que vamos a celebrar en el Triduo Santo. Jesús en este domingo de Ramos es aclamado por aquellos que después van a quitarle de en medio. Todo esto ocurre porque Jesús se mete en el mundo, asume el dolor de todos los hombres que hoy son "crucificados". Jesús se empeña en estar en todos los líos, se sitúa en las entrañas de la vida, allí donde se juega el futuro de la humanidad. El mundo es su sitio. No le va la muerte ni la marginación –siempre injusta–. Lucha por acabar con todo aquello que degrada al hombre, que le humilla y hunde en el abismo. Fue valiente, por eso le mataron tanto el poder político como el religioso. Pero Jesús sigue muriendo hoy día... Nosotros seguimos crucificando a muchos "cristos" y gritando: "¡Crucifícalo!".

3. – Aceptar nuestra propia cruz. No podemos quedarnos con la contemplación piadosa de un cuadro melodramático. La lectura de la pasión debe ayudarnos para descubrir el drama que hoy vive la humanidad y nuestra actitud ante ella. No se proclama la Pasión de Jesús para contemplar o imaginar un espectáculo masoquista que nos muestra cómo unos hombres malos mataron al Hijo de Dios. Tampoco se proclama para que los fieles nos demos golpes de pecho y lloremos desgarradamente por el “pecado de Adán”. No podemos olvidar que Él cargó con nuestros pecados. Aceptar nuestra propia cruz nos cuesta mucho, pero nos puede ayudar a llegar hasta Dios.

“Una vez un joven andaba buscando al Señor, pues quería ser su amigo. El Señor estaba en el bosque preparando cruces para que sus amigos le siguiéramos. El joven encontró al Señor y cargó con una cruz. Era grande, pesada y tenía nudos que le herían en la espalda. Un diablejo se le cruzó y le ofreció un hacha. Fue cortando trozos a la cruz para calentarse por la noche. Cortó los nudos y ya no le dañaba. Así, lisa y pequeña, resultaba bonita. Casi podría colgársela al cuello como adorno. Pero al llegar al reino vio que la puerta estaba en lo alto de la muralla. «Apoya la cruz en la muralla y trepa por los nudos», le dijo el Señor. Pero la había recortado y pulido tanto que no podía subir. «Vuelve sobre tus pasos, le insistió el Señor, y si ves a alguno agobiado, ayúdale y así podréis subir juntos los dos con la cruz de tu amigo”.

Ayudemos nosotros a llevar la cruz a aquellos que sufren su peso… Su cruz puede ayudarnos a subir al Reino…

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José María Martín OSA

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